miércoles, 12 de mayo de 2010

Un Breve Resumen-Conclusión

Con base en lo descrito en las diferentes entradas del blog, respecto a los pianistas mexicanos más destacados del siglo XIX, es claro que, a lo largo de la historia de nuestro país, no han faltado profesores distinguidos, ni ejecutantes o compositores dignos de llamar la atención. En el ámbito musical, las memorias de México están plagadas de destacados músicos, que muchas veces han sido más valorados y reconocidos en el extranjero. No queda del todo clara la razón por la cual ha sucedido esto, pero de lo que no queda duda es que ha llegado el tiempo de que ya no ocurra más. Los mismos mexicanos debemos aprender a conocer nuestra historia y a valorar el talento de nuestros músicos. ¿Por qué no darnos la oportunidad de conocer las obras de Castro, Villanueva o Ituarte, por sólo mencionar algunos?, o de investigar un poco acerca de pianistas mexicanos actuales. Lo único que piden las composiciones de virtuosos mexicanos es eso, una oportunidad de ser escuchadas, para que de esta manera se tenga el libre albedrío de no oírlas por gusto propio, más no por ignorancia, como ha ocurrido hasta ahora.

Antonio Gomezanda y José Conrado Tovar: Dos Pianistas de Gran Envergadura

Hablando de Antonio Gomezanda (1894-1961), éste fue alumno de Ponce, ejerciendo la composición con una posición estética derivada de la que su maestro practicó en su primera etapa, la del nacionalismo folklórico, tonal y directo, más preocupado por la forma que por el contenido. Compuso sonatas, su ballet La fiesta del fuego y diversas danzas mexicanas. Como concertista tuvo gran éxito en Europa, tocando en España, Italia, Hungría, Checoslovaquia, Austria y Alemania; sin embargo, en nuestro país su actividad se enfocó como compositor y maestro[1].
En cuanto a José Conrado Tovar (1894-?), estudió en la Academia de Luis Moctezuma y se recibió como pianista a los once años de edad. Además, estudió en Berlín y Barcelona. Después de 1925 tocaba música de entretenimiento en restaurantes, hoteles y estaciones de radio. Se sabe poco de sus obras. Quizá no fue consciente de su talento y la facilidad con la que podía tocar, lo cual, junto con su indisciplina intelectual y su afición por la vida bohemia, determinaron que su carrera, que inició en el nivel más alto que ningún artista de nuestro país haya tenido jamás, no llegara a gozar de una proyección definitiva ni una estabilidad permanente[2].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.

Manuel M. Ponce: Ilustre Compositor y Maestro Mexicano

Manuel M. Ponce (1882-1948) fue un ilustre compositor y maestro mexicano. En 1901 ingresó al Conservatorio Nacional de Música. Luego de una larga serie de profesores y diversas actuaciones públicas en México y Estados Unidos, Ponce salió a Europa en 1904. En 1905, en Berlín, estudió piano con Edwin Fischer y, en 1906, ingresó al Conservatorio de dicha ciudad, siendo su maestro Martin Krause, discípulo de Liszt, regresando a México a finales de ese año. En 1910 fundó una academia de piano, en 1913 escribió Marchita el alma, y en 1914, Estrellita, composiciones que influyeron en el nacionalismo mexicano, al igual que Balada Mexicana. A partir de 1912, la carrera pianística de Ponce se enfocó en la enseñanza, y la composición se convirtió en su principal actividad. Junto con Ricardo Castro, conforma el dueto más importante de compositores mexicanos en la obra para piano[1].
Cabe mencionar que la música de Ponce es el producto de la música de salón del porfirismo y del sentimiento musical del pueblo, que acompañaba a la naciente revolución mexicana. Estos acontecimientos son dibujados por el músico con el lenguaje del romanticismo e iluminados elegantemente por los colores del impresionismo. Yolanda Moreno Rivas ve en la música de Manuel M. Ponce el resultado del encuentro entre “un pasado recalcitrantemente romántico” y el “arte popular que se resumía en las costumbres musicales de la provincia mexicana”[2]. El mismo Ponce señalaba lo siguiente:
…Considero un deber de todo compositor mexicano ennoblecer la música de su patria dándole forma artística, revistiéndola con el ropaje de la polifonía y conservando amorosamente las músicas populares que son expresión del alma nacional…[3]
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Moreno Rivas, Y. Rostros del nacionalismo en la música mexicana. Un ensayo e interpretación. México, FCE, 1989.
[3] Gutiérrez Robledo, F. de J. Manuel María Ponce. Nota escrita para el programa del concierto romántico para piano y orquesta de Manuel María Ponce, interpretado por Jorge Federico Osorio.

Rafael J. Tello: Destacado Pianista y Funcionario Público

Otro pianista destacado del siglo XIX fue Rafael José Tello (1872-1946), quien en 1884 ingresó al Conservatorio, siendo alumno de Meneses y Julio Ituarte. Posteriormente se convirtió en catedrático de dicha institución y, más tarde, en director. Además, desempeñó diversos cargos administrativos y docentes en la Escuela Normal, la Universidad y la Secretaría de Educación. En 1942, en una ceremonia pública celebrada en el Palacio de Bellas Artes, se le nombró “profesor vitalicio” del Conservatorio. Se sabe que compuso cuatro óperas, obras para orquesta, de cámara, concertantes, corales, vocales y religiosas[1].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.

Carlos del Castillo: Vocación por la Enseñanza

Carlos del Castillo (1882-1959). En 1895 se inscribió en el Conservatorio y tomó clases con Meneses. En 1903 obtuvo una pensión por parte del Gobierno Federal para continuar sus estudios en Europa. Estudió en el Conservatorio de Leipzig, teniendo como maestro a uno de los discípulos de Liszt, Alfred Reisenauer, graduándose en 1906. Tocó en Italia, Francia, Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos y Alemania con gran éxito[1].
La verdadera vocación de del Castillo era la enseñanza y, al volver a México, se dedicó por completo a enseñar. En noviembre de 1907 fundó la Academia Juan Sebastián Bach, en la que impartía su enseñanza, siguiendo el sistema de Liszt. Reunía a sus alumnos, tocaba para ellos la pieza que se iba a estudiar y hacía los comentarios y explicaciones que considerara pertinentes, para después escuchar al alumno, que había preparado previamente la pieza, con la finalidad de hacer las correcciones y observaciones que juzgara necesarias. Además, fue profesor del Conservatorio desde 1908, hasta que, en 1923, fue nombrado director del mismo, cargo que desempeñó por cinco años. Compuso diversas obras de salón para piano como el vals Cerca de tu alma, una serie de danzas mexicanas, el Minueto Pompadur, Tambourin, Serenata Blanca, o la Suite de Rococo, por sólo mencionar algunas. Aunado a lo anterior, realizó una interesante labor editorial, llevando a cabo diversas publicaciones[2].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.

Felipe Villanueva y Ricardo Castro: Dos Puntales Pianísticos

Sin duda alguna, México tuvo dos puntales pianísticos: Felipe Villanueva y Ricardo Castro. Villanueva (1862-1893) nació en Santa Cruz Tecamac, Estado de México, un pueblito con mayoría de habitantes indígenas que no hablaban castellano. Su hermano Luis le enseñó violín; su primo, Carmen Villanueva, organista del templo del lugar, le enseñó piano; y el director de la banda de Tepexpan, Hermenegildo Pineda, le enseñó rudimentos de armonía. De esta forma, a los seis años de edad ya tocaba el violín en la iglesia del pueblo y componía, basado en su intuición, su asombrosa capacidad creativa y su vocación[1].
En 1873 emigró a la ciudad de México, en busca de mejores oportunidades, no sin antes componer El último adiós, dedicada a sus padres, y La despedida, dedicada a Pineda. Se inscribió al Conservatorio pero, posteriormente, lo abandonó, sin tenerse claras las razones. En 1883 cursó seis meses de estudio con Julio Ituarte. A partir de 1884 se convirtió en profesor de piano y abandonó sus labores como violinista, que había sido su base de sustento. En 1886 se asoció con Ricardo Castro, Gustavo E. Campa, Juan Hernández Acevedo, Ignacio Quezadas y Carlos J. Meneses, formando el “Grupo de los Seis”, con la finalidad de crear un Instituto Musical en el que pudieran poner en práctica sus teorías y enfoques para la enseñanza del piano y la música. Pretendían eliminar el italianismo de la música de la época mediante la introducción de autores franceses, rusos y alemanes[2].
Eugen d’Albert visitó México en 1891 y, entusiasmado por las obras de Villueva, tocó sus tres mazurkas en el Gran Teatro Nacional, además de felicitarlo calurosa y efusivamente ante el público. Lo anterior consagró a Villanueva como el héroe del momento, al ser reconocido por un gran virtuoso europeo. Un año después, Meneses, Campa y Villanueva formaron la Sociedad Anónima de Conciertos. La labor de compositor de Villanueva fue muy interesante: varias mazurkas, motetes para voces y piano, fragmentos de un Requiem, un minueto, una hoja de álbum, once danzas humorísticas, diversos valses, una zarzuela y su ópera Keofar. La más famosa de sus obras es, innegablemente, su Vals Poético, evocador de la reservada nostalgia mexicana del siglo XIX. Villanueva experimentó con polirritmos, la mano izquierda tocando en 3/4 y la derecha en ritmo de 4/4, poco antes de que Charles Ives lo hiciera. Murió muy joven y, al parecer, al morir no tenía todavía el nivel que su talento parecía haber podido alcanzar[3].
Por otro lado, indudablemente, uno de los más importantes pianistas y más valiosos compositores de este país fue Ricardo Castro (1864-1907), oriundo de Durango. Inició sus estudios musicales a los seis años y antes de su adolescencia había compuesto diversas piezas de salón. A los trece años se mudó con su familia a la capital del país y en 1879 se inscribió en el Conservatorio, siendo alumno de Melesio Morales y Julio Ituarte, graduándose en 1873. Ofreció numerosos conciertos en el país, siendo la obra que lo consagró en definitiva en el gusto del público mexicano, el Vals Capricho para piano. Castro tenía mayor vocación de creador que sus antecesores pianísticos, escribiendo en 1883 su Primera Sinfonía[4].
En 1885 viajó a Estados Unidos y tocó en Nueva Orleans, Washington, Filadelfia y Nueva York. A su regreso a México fue recibido como un conquistador victorioso y se dedicó a dar clases de piano y a componer. Entre sus obras se encuentran diversas gavotas, valses, mazurkas, danzas, dos nocturnos, una balada, un minueto, una polonesa, su Segunda Sinfonía, entre otras. Dio clases en el Conservatorio y, en 1895, formó la Sociedad Filarmónica Mexicana. Además, en 1900 se estrenó, en el teatro Renacimiento, su ópera nacionalista, Atzimba, con gran éxito. Un año después, el director del periódico El Imparcial, le ofreció una pensión por el monto de su sueldo como profesor en el Conservatorio, para que se dedicara por completo al estudio y la composición[5].
El presidente Porfirio Díaz le ofreció a Castro la posibilidad de perfeccionar sus conocimientos en Europa y, en 1902, se fue a Francia. Tocó diversas obras de su autoría en París, Berlín y Londres, y, de igual forma, varias de ellas fueron publicadas por casas editoras de Francia y Alemania. Regresó a México en 1906, lleno de gloria, experiencia y optimismo, y un año después fue nombrado director del Conservatorio, poniendo en el poder al “Grupo de los Seis”. Algunas de sus aportaciones en la enseñanza de la música fueron observaciones sobre la postura del ejecutante, así como de la posición y uso de los dedos y manos para aprovechar al máximo la fuerza del intérprete[6].
Otra de sus facetas fue la de crítico musical, colaborando en El País, El Imparcial, El Entreacto y El Arte Musical, para los que escribía reseñas de presentaciones musicales, análisis de óperas y diversas obras de artistas nacionales y extranjeros, además de comparaciones de intérpretes europeos. Murió a causa de una neumonía que terminó con su vida en menos de 48 horas[7].
Después de la muerte de Ricardo Castro, el piano entra en una gran decadencia en nuestro país, a pesar de que aparecen dos pianistas de gran envergadura, José Conrado Tovar y Antonio Gomezanda, quienes por diversas razones no dieron el fruto que su talento prometía[8].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Trillo Rojas, V. Al rescate de la memoria artística de México. Ricardo Castro (1864-1907). CONACULTA. Boletín de la Biblioteca de las Artes, núm. 2, otoño 2007, pp. 17-20.
[7] Ibid.
[8] Velazco, J. Art. Cit.

Luis Moctezuma: Enseñanza para el Perfeccionamiento

Otro destacado alumno de Meneses fue Luis Moctezuma (1875-1954), quien estudió medicina “para dar gusto a su padre”, pero posteriormente se dedicó por completo a la música. Moctezuma estudiaba cerca de ocho horas diarias, además de leer y enriquecer su cultura por todos los medios posibles. Su recital de graduación también fue en la Cámara de Diputados, incluyendo el Concierto de Schumann. Fundó su Academia de Piano, que tenía el enfoque de escuela de perfeccionamiento, dedicada a alumnos que desearan cursos avanzados de especialización. Además de haber sido profesor y director del Conservatorio, fue catedrático de la Escuela Nacional de Música de la UNAM[1]. De igual forma, escribió un libro: El arte de tocar piano. De sus obras no se sabe mucho.
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.

Pedro Luis Ogazón: Estudios en Estados Unidos

Pedro Luis Ogazón fue un famoso pianista mexicano (1873-1929) de la época del Porfiriato. Estudió con Carlos J. Meneses, quien lo presentó en público en 1892, como solista del Concierto de Grieg. Su concierto consagratorio tuvo lugar en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, cuya obra principal fue el Segundo Concierto de Chopin. Ogazón fue el primer virtuoso mexicano que dirigió sus estudios hacia Estados Unidos y no hacia Europa. Tocó en nueva York, donde tuvo mucho éxito. Cursó estudios con Josef Hofmann, pianista ruso, discípulo de Rubinstein. Posteriormente, Ogazón volvió a México, triunfó al tocar con Meneses, e hizo una gira por las más importantes ciudades del país. Después se retiró de la vida pública de los conciertos y se dedicó a dar clases de piano[1].
Sin duda, un excelente ejecutante, pero, lamentablemente, no se conoce mucho de sus obras.
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.

Alberto Villaseñor: Halagado en Leipzing

Uno de los más brillantes discípulos de Meneses fue Alberto Villaseñor (1870-1909), quien se postula como un intérprete sin par de Chopin. Villaseñor obtuvo una beca del Gobierno Mexicano que le permitió estudiar en Leipzing. Se dice que Robert Teichmüller, profesor titular de piano del Conservatorio de Leipzing, escribió en su certificado las siguientes palabras: “…Villaseñor…un consumado pianista concertista, cuyo talento autoriza las más halagadoras esperanzas…posee una técnica superior, una facultad extraordinaria para matizar, y fascina, sobre todo, por su interpretación individual muy marcada…”. Volvió a México en 1902, teniendo un gran éxito en sus conciertos, para posteriormente regresar a Europa, en 1904, con ayuda de un mecenas, tocando en París de manera exitosa. Finalmente retornó a la Ciudad de México en 1907, siendo nombrado profesor del Conservatorio[1].
No se tiene mucho conocimiento de sus obras.
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.

Carlos J. Meneses: Un Breve Apogeo

Carlos Julio Meneses Ladrón de Guevara (1863-1929), mejor conocido como Carlos J. Meneses, tuvo un breve apogeo como pianista, ya que se enfocó más a la dirección de orquestas. Se sabe que era un brillante intérprete pero de sus obras se cononce muy poco. Fue profesor del Conservatorio Nacional de Música y fundó su propia academia privada, la Escuela Mexicana del Piano. En 1908 lo nombraron director del Conservatorio y falleció en el curso de una clase en el mismo[1].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.

Ernesto Elorduy: Un Hombre de Mundo

Otro pianista compositor destacado de la época fue Ernesto Elorduy (1855-1913), proveniente de una familia muy rica, quien perdió a sus padres en la adolescencia, quedando al cuidado de su hermano mayor. Ambos hermanos se dedicaron a viajar por el mundo y, en Alemania, Ernesto se inscribió en el Conservatorio de Frankfurt. Tuvo tratos con Anton Rubinstein y acudió a cursos impartidos por Carl Reinecke, socio de Mendelssohn y Schumann. Después de viajar por Europa Oriental, se fue a vivir a París, inscribiéndose en el Conservatorio, y tomando clases con Georges Mathias, alumno de Chopin. Posteriormente, contrajo matrimonio y tuvo dos hijos[1].
Aproximadamente en 1892, Elorduy regresó a México, donde adquirió gran popularidad. Escribió una buena cantidad de obras, en su mayoría para piano: Alma, María Luisa, Cariñosa, Corazón, Soñadora, Minueto Polonés, Toujours, Obsesión, Airam, A toi, entre muchas otras. Además, fue profesor de piano del Conservatorio. Su obra es atractiva y elegante, con una gran capacidad de evocación y talento para la creación de atmósferas[2].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.

Julio Ituarte: “El genio no tiene que someterse a la férula de la mediocridad”

Julio Ituarte (1845-1905), discípulo de Tomás León, comenzó su carrera como pianista poco antes de los quince años. Posteriormente llevó a cabo gira de conciertos, presentándose en Veracruz y la Habana, entre otras ciudades. Se interesó por ampliar su técnica pianística, pidiéndole consejos a un pianista español, de apellido Lapuente, quien le negó su ayuda. Posteriormente, Gonzalo Núñez, otro pianista nacido en España, estuvo dispuesto a enseñarle al mexicano todo cuanto éste estuviera interesado en aprender. Además, con Melesio Morales estudió armonía y contrapunto. Dicha instrucción convirtió a Ituarte en brillante virtuoso, formidable lector a primera vista, y destacado maestro y compositor[1].
Un dato curioso es que, en 1877, el director de orquesta de la compañía de Ángela Peralta dirigió sin partitura, es decir, “de memoria”, el estreno mexicano de Aída, de Verdi. Lo anterior impresionó a Ituarte de tal manera que, a partir de entonces, decidió ejecutar todos sus conciertos de memoria, convirtiéndose en el primer pianista mexicano que realizó dicha faena ante el público. De igual forma, durante varios años fue profesor de piano en el Conservatorio. También en 1877, su zarzuela Gustos y Sustos se presentó con gran éxito. Posteriormente volvió a realizar gira por México y Cuba. Una frase célebre que utilizó para defender a un pianista polaco de las críticas mexicanas fue: “El genio no tiene que someterse a la férula de la mediocridad”[2].
Entre 1880 y 1885, Ituarte tomó una serie de melodías populares mexicanas, como el palomo, las mañanitas, el güajito, el perico, los enanos, el butaquito, varios jarabes, entre otras, y las mezcló para obtener su obra Ecos de México, que se convirtió en extremadamente popular. Dicha obra lo coloca como un verdadero precursor del nacionalismo mexicano[3].
Entre sus obras para piano, cabe destacar: La Tempestad, La Aurora, La Ausencia, Las golondrinas, Perlas y flores, y El artista muere, así como una colección de cien danzas, publicada con el nombre de El bouquet de flores.
En una crónica de 1875, publicada en la Revista Universal, se describe a Julio Ituarte de la siguiente manera:
Ituarte es en el piano mucho más que un aficionado distinguido; es un maestro notable y concienzudo. El afán de brillar en la ejecución, apaga por lo común en los pianistas el germen suave del puro sentimiento tanto más bello que una inútil y común agilidad. Ituarte ha alcanzado ésta sin que aquél se haya extinguido; hay en su manera de ejecutar una seguridad, una delicadeza, un buen gusto, una ternura que rara vez logran vivir vida común en muy aventajados ingenios musicales. Bien mereció Ituarte los aplausos calurosos que la concurrencia tuvo para él[4].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Zanolli Fabila, B. Julio Ituarte: ecos de un notable músico mexicano. Clave de Sol, pp. 54-55.

Melesio Morales: Ópera y Piano

A Melesio Morales (1838-1908) se le considera como uno de los principales compositores de ópera del siglo XIX en México, pero además, escribió una gran cantidad de música para piano. A la edad de nueve años revelaba ya una decidida vocación por la música. En 1867 viajó a Italia, pensionado por el capitalista D. Antonio Escandón, y ayudado por los señores Martínez de la Torre y Dueñas. Se estableció en Milán, donde se ocupó en perfeccionar sus conocimientos musicales, regresando a México en 1869. Además, contribuyó en la fundación del Conservatorio de Música. Entre sus óperas más destacadas se encuentran Ildegonda, Carlomagno y La Tempestad. Prácticamente la mitad de las entradas del catálogo general del músico son para piano solo; por ejemplo, Mírame mis ojos. Las obras para piano de Morales reflejan tres aspectos centrales de la cultura musical de la época: la ópera, el baile y las piezas de salón sin relación directa con la ópera o el baile[1].
Referencias
[1] Herrera, J. La música para piano de Melesio Morales. Programa del IV Coloquio Internacional de Investigación Musical en México. Octubre 2008; Ensenada, Baja California.

Tomás León: Primer Virtuoso Mexicano

El primer virtuoso nacional fue Tomás León (1826-1893). A los catorce años ya actuaba como organista en los Oratorios de la iglesia Profesa de San Felipe Neri, lugar donde empezó a ser conocido por la alta sociedad mexicana. Realizó diversas presentaciones que lo convirtieron en gran introductor y popularizador de la música europea. A los 27 años, en 1854, tocó al lado de notables artistas de la corte del rey de Holanda, como el violinista Franz Rooner y el pianista Ernest Lubeck. Se dedicó a tocar música para piano de Beethoven, estrenando en México la Séptima Sinfonía en versión a cuatro manos con Agustín Balderas, en un concierto de la Sociedad Filarmónica en 1867. De igual forma, formó parte del jurado encargado de elegir la música del Himno Nacional Mexicano. En 1881 recibió un premio del Ayuntamiento de la Ciudad por su composición Flores Mexicanas. Además de haber tocado al lado de numerosas celebridades europeas de la época, lo más importante es que parece haber logrado, con su propio esfuerzo e intuición, el nivel profesional que se requería para una verdadera actuación seria[1].
Sin embargo, la época no le fue propicia a León como para alcanzar fama mundial como concertista, ya que la afición de ese entonces no era capaz de sostener a un artista. Tampoco pudo viajar al extranjero para perfeccionar sus dotes. Se dedicó a la enseñanza y, en sus pocos ratos de ocio, a la composición. También, en su casa se reunía con un considerable número de aficionados y discípulos, quienes constituían un Club Filarmónico[2].
Entre sus obras se encuentran: Cuatro Danzas Habaneras, Sara, Sofía y Una Flor para ti (mazurkas), Pensamiento Poético, Por qué tan triste y Las golas de rocío (nocturnos), así como diversas canciones, entre las que cabe señalar La ilusión y Amar sin esperanza.
Antonio García Cubas, en El libro de mis recuerdos, hace referencia a Tomás de León:
Tan delirante era León por el divino arte que no desperdiciaba ocasión para recrear su ánimo, en unión de sus amigos que por aquél mostraban igual afición, ejecutando en el piano esas sublimes obras de la música clásica…Sebastián Bach, Beethoven, Hydn y Mendelssohn eran los maestros favoritos cuyas obras alternaban con las de Rossini, Verdi, Chopin y otros. Casi siempre acompañaba a León Aniceto Ortega, el gran filarmónico por intuición...[3]
En resumidas cuentas, sólo cabe mencionar que, con León, el piano en México floreció.
Referencias
[1] Lozada León, G. Un homenaje postergado cien años. Tomás León, 1826-1893. Heterofonía, Revista Musical Semestral. Núm. 109, México, julio 1993-junio 1994, pp. 35-43.
[2] Ibid.
[3] García Cubas, A. El libro de mis recuerdos. Imprenta de Arturo García Cubas, hermanos y sucesores, México, 1904, p. 518.

Aniceto Ortega: "El Chopin Mexicano"

Aniceto Ortega (1825-1875), nacido en Tulancingo, Hidalgo, fue médico de profesión, aficionado a la música, compositor en ratos de ocio y pianista. Ortega escribió su ópera nacionalista Guatimotzín y dos marchas, Marcha Zaragoza y Marcha Republicana, estrenadas en un concierto patrocinado por la Sociedad Filarmónica Mexicana, en 1867, al cual asistió el Presidente de la República de ese entonces, el señor Benito Juárez. El éxito de las marchas fue tal que, unos días después, se volvieron a tocar por una banda militar y una orquesta de diez pianos, tocados a cuatro manos cada uno. Además de las marchas, Ortega escribió varias piezas para piano: Vals-Jarabe, Invocación a Beethoven, Luna de miel, Viola Tricolor, vals Recuerdo de Amistad, el Canto de la Huilota, entre otras. Al estudiar medicina en París, frecuentó algunos medios musicales europeos, lo que le dio gran fama en México, llegando a ser llamado “el Chopin mexicano”. Lamentablemente, en esa época no era bien visto que un joven de buena familia fuera artista, en este caso, músico, por lo que no se sabe qué hubiera logrado de haberse dedicado al arte[1].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.

Inicios del Pianismo en México: Elízaga y Goméz

El primer mexicano que se sabe ocupó el piano de manera profesional es José Mariano Elízaga (1786-1842). Inició su instrucción musical a muy corta edad, obteniendo la protección del Conde de Revillagigedo y, posteriormente, del Cabildo de la Catedral de Valladolid, quien le compró un piano, el mejor que podía comprarse en la ciudad de México en ese entonces. Lo que se puede mencionar es que Elízaga se dedicó, en mayor medida, a la enseñanza y la composición, con una proyección como intérprete virtuoso muy limitada[1].
Desafortunadamente, casi toda la música de Elízaga está perdida. Se sabe que una gran parte de su producción musical fue religiosa. Además, compuso música patriótica: en 1813 escribió Canción a Morelos. Sin embargo, de todas sus composiciones sólo se conoce un arreglo realizado en 1866 de su Misa en La Mayor.
Por su parte, el pianista José Antonio Gómez (1805-1870) participó en la compañía del célebre cantante español Manuel García gracias a sus habilidades musicales, al leer a primera vista El Amante Astuto, de la autoría de García, ganándose el respeto del mismo, aunque sus participaciones como concertista fueron prácticamente nulas. Su principal contribución al pianismo nacional fue la composición de una pieza escrita en 1841, y que, en su tiempo, causó gran furor: las Variaciones sobre el tema del jarabe mexicano. Dicha obra resulta el primer intento de inclusión de un tema nacionalista dentro de la música de arte, preparando el campo para trabajos posteriores de Ituarte, Ortega y Ponce, quienes formaron parte de la revolución musical nacionalista del siglo XX[2].
Cabe señalar que en la época de Elízaga y Gómez, los primeros formadores del pianismo nacional, los músicos eran autodidactas y se basaban en sus talentos e inclinaciones naturales, abandonando prontamente sus esfuerzos, por falta de aliciente y enseñanza, sin llegar a meta alguna. Sin embargo, hubo algunos músicos que, pese a las circunstancias adversas, se empeñaron por destacar en el ámbito musical. Tal es el caso de Aniceto Ortega[3], de quien se hablará en otra entrada.
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.
[3] Ibid.

Bienvenida-Introducción

Sin duda alguna, el piano, a lo largo del siglo XIX, fue un poderoso medio de difusión musical que gozó de gran popularidad en Europa y Estados Unidos, sin ser México la excepción. José Antonio Robles Cahero hace el siguiente comentario respecto de la música de la época:
A fines del siglo XIX y principios del XX se percibía ya un claro nacionalismo musical en México y sus países hermanos, influido por corrientes nacionalistas europeas. Este nacionalismo romántico es resultado de un proceso de “criollización” o mestizaje cultural entre las danzas de salón europeas (vals, polka, mazurka, etc.), los géneros vernáculos americanos (habanera, danza, canción, etc.) y la incorporación de elementos musicales locales, expresados a través del lenguaje romántico europeo dominante[1].
El piano se convirtió en un instrumento clave y, además, en un mueble de uso común, encontrado en la mayoría de los hogares burgueses de la época, y cuya presencia en México se remonta a tiempos de la Colonia[2].
Se sabe que desde finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX hubo en México pianistas de renombre[3] que, lamentablemente, hoy en día no son tan conocidos en nuestro país como lo son otros compositores e intérpretes de origen europeo. Lo anterior no refleja precisamente una falta de talento mexicano para la música, sino más bien el poco apoyo e interés en el mismo. Tristemente, la realidad es que, la mayoría de las ocasiones, resulta más atractivo para el mexicano un producto extranjero a uno de origen nacional.
En el blog se hablará de manera muy concisa de pianistas mexicanos destacados del siglo XIX y principios del XX, entre los que cabe señalar a José Mariano Elízaga, José Antonio Gómez, Aniceto Ortega, Tomás León, Melesio Morales, Julio Ituarte, Ernesto Elorduy, Carlos J. Meneses, Alberto Villaseñor, Pedro Luis Ogazón, Luis Moctezuma, Felipe Villanueva, Ricardo Castro, Carlos del Castillo, Rafael José Tello, Manuel M. Ponce, Antonio Gomezanda y José Conrado Tovar.
La intención es dar una breve reseña de lo que fue la música de piano en el siglo XIX y finales del XX, con la finalidad de que una mayor cantidad de mexicanos conozca a músicos destacados de la época, muchos de ellos reconocidos a nivel internacional y motivo de orgullo nacional.
Les doy la más cordial bienvenida. ¡Visítenos, aprendan y opinen!
Referencias
[1] Robles Cahero, J. A. La música mexicana de concierto en el siglo XX. Extraído el 12 de mayo de 2010 desde [http://www.mexicodesconocido.com.mx/].
[2] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[3] Ibid.