Con base en lo descrito en las diferentes entradas del blog, respecto a los pianistas mexicanos más destacados del siglo XIX, es claro que, a lo largo de la historia de nuestro país, no han faltado profesores distinguidos, ni ejecutantes o compositores dignos de llamar la atención. En el ámbito musical, las memorias de México están plagadas de destacados músicos, que muchas veces han sido más valorados y reconocidos en el extranjero. No queda del todo clara la razón por la cual ha sucedido esto, pero de lo que no queda duda es que ha llegado el tiempo de que ya no ocurra más. Los mismos mexicanos debemos aprender a conocer nuestra historia y a valorar el talento de nuestros músicos. ¿Por qué no darnos la oportunidad de conocer las obras de Castro, Villanueva o Ituarte, por sólo mencionar algunos?, o de investigar un poco acerca de pianistas mexicanos actuales. Lo único que piden las composiciones de virtuosos mexicanos es eso, una oportunidad de ser escuchadas, para que de esta manera se tenga el libre albedrío de no oírlas por gusto propio, más no por ignorancia, como ha ocurrido hasta ahora.
miércoles, 12 de mayo de 2010
Antonio Gomezanda y José Conrado Tovar: Dos Pianistas de Gran Envergadura
Hablando de Antonio Gomezanda (1894-1961), éste fue alumno de Ponce, ejerciendo la composición con una posición estética derivada de la que su maestro practicó en su primera etapa, la del nacionalismo folklórico, tonal y directo, más preocupado por la forma que por el contenido. Compuso sonatas, su ballet La fiesta del fuego y diversas danzas mexicanas. Como concertista tuvo gran éxito en Europa, tocando en España, Italia, Hungría, Checoslovaquia, Austria y Alemania; sin embargo, en nuestro país su actividad se enfocó como compositor y maestro[1].
En cuanto a José Conrado Tovar (1894-?), estudió en la Academia de Luis Moctezuma y se recibió como pianista a los once años de edad. Además, estudió en Berlín y Barcelona. Después de 1925 tocaba música de entretenimiento en restaurantes, hoteles y estaciones de radio. Se sabe poco de sus obras. Quizá no fue consciente de su talento y la facilidad con la que podía tocar, lo cual, junto con su indisciplina intelectual y su afición por la vida bohemia, determinaron que su carrera, que inició en el nivel más alto que ningún artista de nuestro país haya tenido jamás, no llegara a gozar de una proyección definitiva ni una estabilidad permanente[2].
En cuanto a José Conrado Tovar (1894-?), estudió en la Academia de Luis Moctezuma y se recibió como pianista a los once años de edad. Además, estudió en Berlín y Barcelona. Después de 1925 tocaba música de entretenimiento en restaurantes, hoteles y estaciones de radio. Se sabe poco de sus obras. Quizá no fue consciente de su talento y la facilidad con la que podía tocar, lo cual, junto con su indisciplina intelectual y su afición por la vida bohemia, determinaron que su carrera, que inició en el nivel más alto que ningún artista de nuestro país haya tenido jamás, no llegara a gozar de una proyección definitiva ni una estabilidad permanente[2].
Manuel M. Ponce: Ilustre Compositor y Maestro Mexicano
Manuel M. Ponce (1882-1948) fue un ilustre compositor y maestro mexicano. En 1901 ingresó al Conservatorio Nacional de Música. Luego de una larga serie de profesores y diversas actuaciones públicas en México y Estados Unidos, Ponce salió a Europa en 1904. En 1905, en Berlín, estudió piano con Edwin Fischer y, en 1906, ingresó al Conservatorio de dicha ciudad, siendo su maestro Martin Krause, discípulo de Liszt, regresando a México a finales de ese año. En 1910 fundó una academia de piano, en 1913 escribió Marchita el alma, y en 1914, Estrellita, composiciones que influyeron en el nacionalismo mexicano, al igual que Balada Mexicana. A partir de 1912, la carrera pianística de Ponce se enfocó en la enseñanza, y la composición se convirtió en su principal actividad. Junto con Ricardo Castro, conforma el dueto más importante de compositores mexicanos en la obra para piano[1].
Cabe mencionar que la música de Ponce es el producto de la música de salón del porfirismo y del sentimiento musical del pueblo, que acompañaba a la naciente revolución mexicana. Estos acontecimientos son dibujados por el músico con el lenguaje del romanticismo e iluminados elegantemente por los colores del impresionismo. Yolanda Moreno Rivas ve en la música de Manuel M. Ponce el resultado del encuentro entre “un pasado recalcitrantemente romántico” y el “arte popular que se resumía en las costumbres musicales de la provincia mexicana”[2]. El mismo Ponce señalaba lo siguiente:
…Considero un deber de todo compositor mexicano ennoblecer la música de su patria dándole forma artística, revistiéndola con el ropaje de la polifonía y conservando amorosamente las músicas populares que son expresión del alma nacional…[3]
Cabe mencionar que la música de Ponce es el producto de la música de salón del porfirismo y del sentimiento musical del pueblo, que acompañaba a la naciente revolución mexicana. Estos acontecimientos son dibujados por el músico con el lenguaje del romanticismo e iluminados elegantemente por los colores del impresionismo. Yolanda Moreno Rivas ve en la música de Manuel M. Ponce el resultado del encuentro entre “un pasado recalcitrantemente romántico” y el “arte popular que se resumía en las costumbres musicales de la provincia mexicana”[2]. El mismo Ponce señalaba lo siguiente:
…Considero un deber de todo compositor mexicano ennoblecer la música de su patria dándole forma artística, revistiéndola con el ropaje de la polifonía y conservando amorosamente las músicas populares que son expresión del alma nacional…[3]
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Moreno Rivas, Y. Rostros del nacionalismo en la música mexicana. Un ensayo e interpretación. México, FCE, 1989.
[3] Gutiérrez Robledo, F. de J. Manuel María Ponce. Nota escrita para el programa del concierto romántico para piano y orquesta de Manuel María Ponce, interpretado por Jorge Federico Osorio.
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Moreno Rivas, Y. Rostros del nacionalismo en la música mexicana. Un ensayo e interpretación. México, FCE, 1989.
[3] Gutiérrez Robledo, F. de J. Manuel María Ponce. Nota escrita para el programa del concierto romántico para piano y orquesta de Manuel María Ponce, interpretado por Jorge Federico Osorio.
Rafael J. Tello: Destacado Pianista y Funcionario Público
Otro pianista destacado del siglo XIX fue Rafael José Tello (1872-1946), quien en 1884 ingresó al Conservatorio, siendo alumno de Meneses y Julio Ituarte. Posteriormente se convirtió en catedrático de dicha institución y, más tarde, en director. Además, desempeñó diversos cargos administrativos y docentes en la Escuela Normal, la Universidad y la Secretaría de Educación. En 1942, en una ceremonia pública celebrada en el Palacio de Bellas Artes, se le nombró “profesor vitalicio” del Conservatorio. Se sabe que compuso cuatro óperas, obras para orquesta, de cámara, concertantes, corales, vocales y religiosas[1].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
Carlos del Castillo: Vocación por la Enseñanza
Carlos del Castillo (1882-1959). En 1895 se inscribió en el Conservatorio y tomó clases con Meneses. En 1903 obtuvo una pensión por parte del Gobierno Federal para continuar sus estudios en Europa. Estudió en el Conservatorio de Leipzig, teniendo como maestro a uno de los discípulos de Liszt, Alfred Reisenauer, graduándose en 1906. Tocó en Italia, Francia, Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos y Alemania con gran éxito[1].
La verdadera vocación de del Castillo era la enseñanza y, al volver a México, se dedicó por completo a enseñar. En noviembre de 1907 fundó la Academia Juan Sebastián Bach, en la que impartía su enseñanza, siguiendo el sistema de Liszt. Reunía a sus alumnos, tocaba para ellos la pieza que se iba a estudiar y hacía los comentarios y explicaciones que considerara pertinentes, para después escuchar al alumno, que había preparado previamente la pieza, con la finalidad de hacer las correcciones y observaciones que juzgara necesarias. Además, fue profesor del Conservatorio desde 1908, hasta que, en 1923, fue nombrado director del mismo, cargo que desempeñó por cinco años. Compuso diversas obras de salón para piano como el vals Cerca de tu alma, una serie de danzas mexicanas, el Minueto Pompadur, Tambourin, Serenata Blanca, o la Suite de Rococo, por sólo mencionar algunas. Aunado a lo anterior, realizó una interesante labor editorial, llevando a cabo diversas publicaciones[2].
La verdadera vocación de del Castillo era la enseñanza y, al volver a México, se dedicó por completo a enseñar. En noviembre de 1907 fundó la Academia Juan Sebastián Bach, en la que impartía su enseñanza, siguiendo el sistema de Liszt. Reunía a sus alumnos, tocaba para ellos la pieza que se iba a estudiar y hacía los comentarios y explicaciones que considerara pertinentes, para después escuchar al alumno, que había preparado previamente la pieza, con la finalidad de hacer las correcciones y observaciones que juzgara necesarias. Además, fue profesor del Conservatorio desde 1908, hasta que, en 1923, fue nombrado director del mismo, cargo que desempeñó por cinco años. Compuso diversas obras de salón para piano como el vals Cerca de tu alma, una serie de danzas mexicanas, el Minueto Pompadur, Tambourin, Serenata Blanca, o la Suite de Rococo, por sólo mencionar algunas. Aunado a lo anterior, realizó una interesante labor editorial, llevando a cabo diversas publicaciones[2].
Felipe Villanueva y Ricardo Castro: Dos Puntales Pianísticos
Sin duda alguna, México tuvo dos puntales pianísticos: Felipe Villanueva y Ricardo Castro. Villanueva (1862-1893) nació en Santa Cruz Tecamac, Estado de México, un pueblito con mayoría de habitantes indígenas que no hablaban castellano. Su hermano Luis le enseñó violín; su primo, Carmen Villanueva, organista del templo del lugar, le enseñó piano; y el director de la banda de Tepexpan, Hermenegildo Pineda, le enseñó rudimentos de armonía. De esta forma, a los seis años de edad ya tocaba el violín en la iglesia del pueblo y componía, basado en su intuición, su asombrosa capacidad creativa y su vocación[1].
En 1873 emigró a la ciudad de México, en busca de mejores oportunidades, no sin antes componer El último adiós, dedicada a sus padres, y La despedida, dedicada a Pineda. Se inscribió al Conservatorio pero, posteriormente, lo abandonó, sin tenerse claras las razones. En 1883 cursó seis meses de estudio con Julio Ituarte. A partir de 1884 se convirtió en profesor de piano y abandonó sus labores como violinista, que había sido su base de sustento. En 1886 se asoció con Ricardo Castro, Gustavo E. Campa, Juan Hernández Acevedo, Ignacio Quezadas y Carlos J. Meneses, formando el “Grupo de los Seis”, con la finalidad de crear un Instituto Musical en el que pudieran poner en práctica sus teorías y enfoques para la enseñanza del piano y la música. Pretendían eliminar el italianismo de la música de la época mediante la introducción de autores franceses, rusos y alemanes[2].
Eugen d’Albert visitó México en 1891 y, entusiasmado por las obras de Villueva, tocó sus tres mazurkas en el Gran Teatro Nacional, además de felicitarlo calurosa y efusivamente ante el público. Lo anterior consagró a Villanueva como el héroe del momento, al ser reconocido por un gran virtuoso europeo. Un año después, Meneses, Campa y Villanueva formaron la Sociedad Anónima de Conciertos. La labor de compositor de Villanueva fue muy interesante: varias mazurkas, motetes para voces y piano, fragmentos de un Requiem, un minueto, una hoja de álbum, once danzas humorísticas, diversos valses, una zarzuela y su ópera Keofar. La más famosa de sus obras es, innegablemente, su Vals Poético, evocador de la reservada nostalgia mexicana del siglo XIX. Villanueva experimentó con polirritmos, la mano izquierda tocando en 3/4 y la derecha en ritmo de 4/4, poco antes de que Charles Ives lo hiciera. Murió muy joven y, al parecer, al morir no tenía todavía el nivel que su talento parecía haber podido alcanzar[3].
Por otro lado, indudablemente, uno de los más importantes pianistas y más valiosos compositores de este país fue Ricardo Castro (1864-1907), oriundo de Durango. Inició sus estudios musicales a los seis años y antes de su adolescencia había compuesto diversas piezas de salón. A los trece años se mudó con su familia a la capital del país y en 1879 se inscribió en el Conservatorio, siendo alumno de Melesio Morales y Julio Ituarte, graduándose en 1873. Ofreció numerosos conciertos en el país, siendo la obra que lo consagró en definitiva en el gusto del público mexicano, el Vals Capricho para piano. Castro tenía mayor vocación de creador que sus antecesores pianísticos, escribiendo en 1883 su Primera Sinfonía[4].
En 1885 viajó a Estados Unidos y tocó en Nueva Orleans, Washington, Filadelfia y Nueva York. A su regreso a México fue recibido como un conquistador victorioso y se dedicó a dar clases de piano y a componer. Entre sus obras se encuentran diversas gavotas, valses, mazurkas, danzas, dos nocturnos, una balada, un minueto, una polonesa, su Segunda Sinfonía, entre otras. Dio clases en el Conservatorio y, en 1895, formó la Sociedad Filarmónica Mexicana. Además, en 1900 se estrenó, en el teatro Renacimiento, su ópera nacionalista, Atzimba, con gran éxito. Un año después, el director del periódico El Imparcial, le ofreció una pensión por el monto de su sueldo como profesor en el Conservatorio, para que se dedicara por completo al estudio y la composición[5].
El presidente Porfirio Díaz le ofreció a Castro la posibilidad de perfeccionar sus conocimientos en Europa y, en 1902, se fue a Francia. Tocó diversas obras de su autoría en París, Berlín y Londres, y, de igual forma, varias de ellas fueron publicadas por casas editoras de Francia y Alemania. Regresó a México en 1906, lleno de gloria, experiencia y optimismo, y un año después fue nombrado director del Conservatorio, poniendo en el poder al “Grupo de los Seis”. Algunas de sus aportaciones en la enseñanza de la música fueron observaciones sobre la postura del ejecutante, así como de la posición y uso de los dedos y manos para aprovechar al máximo la fuerza del intérprete[6].
Otra de sus facetas fue la de crítico musical, colaborando en El País, El Imparcial, El Entreacto y El Arte Musical, para los que escribía reseñas de presentaciones musicales, análisis de óperas y diversas obras de artistas nacionales y extranjeros, además de comparaciones de intérpretes europeos. Murió a causa de una neumonía que terminó con su vida en menos de 48 horas[7].
Después de la muerte de Ricardo Castro, el piano entra en una gran decadencia en nuestro país, a pesar de que aparecen dos pianistas de gran envergadura, José Conrado Tovar y Antonio Gomezanda, quienes por diversas razones no dieron el fruto que su talento prometía[8].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Trillo Rojas, V. Al rescate de la memoria artística de México. Ricardo Castro (1864-1907). CONACULTA. Boletín de la Biblioteca de las Artes, núm. 2, otoño 2007, pp. 17-20.
[7] Ibid.
[8] Velazco, J. Art. Cit.
En 1873 emigró a la ciudad de México, en busca de mejores oportunidades, no sin antes componer El último adiós, dedicada a sus padres, y La despedida, dedicada a Pineda. Se inscribió al Conservatorio pero, posteriormente, lo abandonó, sin tenerse claras las razones. En 1883 cursó seis meses de estudio con Julio Ituarte. A partir de 1884 se convirtió en profesor de piano y abandonó sus labores como violinista, que había sido su base de sustento. En 1886 se asoció con Ricardo Castro, Gustavo E. Campa, Juan Hernández Acevedo, Ignacio Quezadas y Carlos J. Meneses, formando el “Grupo de los Seis”, con la finalidad de crear un Instituto Musical en el que pudieran poner en práctica sus teorías y enfoques para la enseñanza del piano y la música. Pretendían eliminar el italianismo de la música de la época mediante la introducción de autores franceses, rusos y alemanes[2].
Eugen d’Albert visitó México en 1891 y, entusiasmado por las obras de Villueva, tocó sus tres mazurkas en el Gran Teatro Nacional, además de felicitarlo calurosa y efusivamente ante el público. Lo anterior consagró a Villanueva como el héroe del momento, al ser reconocido por un gran virtuoso europeo. Un año después, Meneses, Campa y Villanueva formaron la Sociedad Anónima de Conciertos. La labor de compositor de Villanueva fue muy interesante: varias mazurkas, motetes para voces y piano, fragmentos de un Requiem, un minueto, una hoja de álbum, once danzas humorísticas, diversos valses, una zarzuela y su ópera Keofar. La más famosa de sus obras es, innegablemente, su Vals Poético, evocador de la reservada nostalgia mexicana del siglo XIX. Villanueva experimentó con polirritmos, la mano izquierda tocando en 3/4 y la derecha en ritmo de 4/4, poco antes de que Charles Ives lo hiciera. Murió muy joven y, al parecer, al morir no tenía todavía el nivel que su talento parecía haber podido alcanzar[3].
Por otro lado, indudablemente, uno de los más importantes pianistas y más valiosos compositores de este país fue Ricardo Castro (1864-1907), oriundo de Durango. Inició sus estudios musicales a los seis años y antes de su adolescencia había compuesto diversas piezas de salón. A los trece años se mudó con su familia a la capital del país y en 1879 se inscribió en el Conservatorio, siendo alumno de Melesio Morales y Julio Ituarte, graduándose en 1873. Ofreció numerosos conciertos en el país, siendo la obra que lo consagró en definitiva en el gusto del público mexicano, el Vals Capricho para piano. Castro tenía mayor vocación de creador que sus antecesores pianísticos, escribiendo en 1883 su Primera Sinfonía[4].
En 1885 viajó a Estados Unidos y tocó en Nueva Orleans, Washington, Filadelfia y Nueva York. A su regreso a México fue recibido como un conquistador victorioso y se dedicó a dar clases de piano y a componer. Entre sus obras se encuentran diversas gavotas, valses, mazurkas, danzas, dos nocturnos, una balada, un minueto, una polonesa, su Segunda Sinfonía, entre otras. Dio clases en el Conservatorio y, en 1895, formó la Sociedad Filarmónica Mexicana. Además, en 1900 se estrenó, en el teatro Renacimiento, su ópera nacionalista, Atzimba, con gran éxito. Un año después, el director del periódico El Imparcial, le ofreció una pensión por el monto de su sueldo como profesor en el Conservatorio, para que se dedicara por completo al estudio y la composición[5].
El presidente Porfirio Díaz le ofreció a Castro la posibilidad de perfeccionar sus conocimientos en Europa y, en 1902, se fue a Francia. Tocó diversas obras de su autoría en París, Berlín y Londres, y, de igual forma, varias de ellas fueron publicadas por casas editoras de Francia y Alemania. Regresó a México en 1906, lleno de gloria, experiencia y optimismo, y un año después fue nombrado director del Conservatorio, poniendo en el poder al “Grupo de los Seis”. Algunas de sus aportaciones en la enseñanza de la música fueron observaciones sobre la postura del ejecutante, así como de la posición y uso de los dedos y manos para aprovechar al máximo la fuerza del intérprete[6].
Otra de sus facetas fue la de crítico musical, colaborando en El País, El Imparcial, El Entreacto y El Arte Musical, para los que escribía reseñas de presentaciones musicales, análisis de óperas y diversas obras de artistas nacionales y extranjeros, además de comparaciones de intérpretes europeos. Murió a causa de una neumonía que terminó con su vida en menos de 48 horas[7].
Después de la muerte de Ricardo Castro, el piano entra en una gran decadencia en nuestro país, a pesar de que aparecen dos pianistas de gran envergadura, José Conrado Tovar y Antonio Gomezanda, quienes por diversas razones no dieron el fruto que su talento prometía[8].
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Trillo Rojas, V. Al rescate de la memoria artística de México. Ricardo Castro (1864-1907). CONACULTA. Boletín de la Biblioteca de las Artes, núm. 2, otoño 2007, pp. 17-20.
[7] Ibid.
[8] Velazco, J. Art. Cit.
Luis Moctezuma: Enseñanza para el Perfeccionamiento
Otro destacado alumno de Meneses fue Luis Moctezuma (1875-1954), quien estudió medicina “para dar gusto a su padre”, pero posteriormente se dedicó por completo a la música. Moctezuma estudiaba cerca de ocho horas diarias, además de leer y enriquecer su cultura por todos los medios posibles. Su recital de graduación también fue en la Cámara de Diputados, incluyendo el Concierto de Schumann. Fundó su Academia de Piano, que tenía el enfoque de escuela de perfeccionamiento, dedicada a alumnos que desearan cursos avanzados de especialización. Además de haber sido profesor y director del Conservatorio, fue catedrático de la Escuela Nacional de Música de la UNAM[1]. De igual forma, escribió un libro: El arte de tocar piano. De sus obras no se sabe mucho.
Referencias
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
[1] Velazco, J. El pianismo mexicano del siglo XIX. Anales II E50, UNAM, 1982, pp. 205-239.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)