miércoles, 12 de mayo de 2010

Tomás León: Primer Virtuoso Mexicano

El primer virtuoso nacional fue Tomás León (1826-1893). A los catorce años ya actuaba como organista en los Oratorios de la iglesia Profesa de San Felipe Neri, lugar donde empezó a ser conocido por la alta sociedad mexicana. Realizó diversas presentaciones que lo convirtieron en gran introductor y popularizador de la música europea. A los 27 años, en 1854, tocó al lado de notables artistas de la corte del rey de Holanda, como el violinista Franz Rooner y el pianista Ernest Lubeck. Se dedicó a tocar música para piano de Beethoven, estrenando en México la Séptima Sinfonía en versión a cuatro manos con Agustín Balderas, en un concierto de la Sociedad Filarmónica en 1867. De igual forma, formó parte del jurado encargado de elegir la música del Himno Nacional Mexicano. En 1881 recibió un premio del Ayuntamiento de la Ciudad por su composición Flores Mexicanas. Además de haber tocado al lado de numerosas celebridades europeas de la época, lo más importante es que parece haber logrado, con su propio esfuerzo e intuición, el nivel profesional que se requería para una verdadera actuación seria[1].
Sin embargo, la época no le fue propicia a León como para alcanzar fama mundial como concertista, ya que la afición de ese entonces no era capaz de sostener a un artista. Tampoco pudo viajar al extranjero para perfeccionar sus dotes. Se dedicó a la enseñanza y, en sus pocos ratos de ocio, a la composición. También, en su casa se reunía con un considerable número de aficionados y discípulos, quienes constituían un Club Filarmónico[2].
Entre sus obras se encuentran: Cuatro Danzas Habaneras, Sara, Sofía y Una Flor para ti (mazurkas), Pensamiento Poético, Por qué tan triste y Las golas de rocío (nocturnos), así como diversas canciones, entre las que cabe señalar La ilusión y Amar sin esperanza.
Antonio García Cubas, en El libro de mis recuerdos, hace referencia a Tomás de León:
Tan delirante era León por el divino arte que no desperdiciaba ocasión para recrear su ánimo, en unión de sus amigos que por aquél mostraban igual afición, ejecutando en el piano esas sublimes obras de la música clásica…Sebastián Bach, Beethoven, Hydn y Mendelssohn eran los maestros favoritos cuyas obras alternaban con las de Rossini, Verdi, Chopin y otros. Casi siempre acompañaba a León Aniceto Ortega, el gran filarmónico por intuición...[3]
En resumidas cuentas, sólo cabe mencionar que, con León, el piano en México floreció.
Referencias
[1] Lozada León, G. Un homenaje postergado cien años. Tomás León, 1826-1893. Heterofonía, Revista Musical Semestral. Núm. 109, México, julio 1993-junio 1994, pp. 35-43.
[2] Ibid.
[3] García Cubas, A. El libro de mis recuerdos. Imprenta de Arturo García Cubas, hermanos y sucesores, México, 1904, p. 518.

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